Una voz... sólo una voz

Es la voz de la Iglesia, sólo una voz.

Tiene la osadía de ir por libre, se atreve a pensar, dice lo que piensa, y profana una y otra vez el santuario donde ejerce su tiranía el dios de lo políticamente correcto.

Esta voz defiende la dignidad inviolable de las personas, y sostiene que las personas, por serlo, tienen derechos inherentes a su naturaleza humana, derechos que legisladores y tribunales han de reconocer y defender, y que ni tribunales ni legisladores pueden conceder o quitar. Y mientras la conciencia de la Iglesia custodie este fondo inviolable de derechos, su voz lo dirá con libertad, lo gritará si hace falta, para que la justicia se abra camino incluso en el asfalto de leyes y tribunales sin corazón.

Muchos agradecerían ver a la comunidad eclesial replegada sobre sí misma, ocupada en bisbiseos de rezos y doctrinas, alienada de la realidad social y política. Les estorba esta comunidad, que se alimenta de Escrituras y Eucaristía, que recorre desde siempre los caminos de los pobres, y que tiene como espacio de trabajo el infierno: las mesas sin pan, las vidas sin amparo, las fronteras, las vallas, las pateras, las rutas de los clandestinos, las cunetas de la marginación, las caravanas de los nuevos esclavos.

Esta comunidad no hace pobres, pero no deja de buscarlos para vestirlos, alimentarlos y curarlos, y procura servirlos discretamente, sin que la caridad los ofenda.

Si después alguien añade que esta comunidad es una gran pecadora, tentada siempre por el rito en detrimento del Reino, por la ideología con menoscabo de la vida, por el sacrificio con daño de la misericordia, y agobiada por las miserias innumerables de sus hijos, yo lo suscribo, lo temo y lo denuncio, pero no lo haré como quien acusa al vecino de casa, sino como quien se confiesa culpable y pide perdón.

Mientras tenga Palabra y Eucaristía, esta comunidad será libre y tendrá voz: ¡Paciencia!

Febrero de 2010.


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