Nada fuera del amor


El buen Dios nos ha dado los brazos para trabajar y para abrazar. No sé si en ese orden o en el orden inverso.

En los años de mi juventud, allá por la década de los sesenta, en las tardes del domingo caía por la cárcel de Santiago, que entonces estaba detrás del palacio de Rajoy. No iba a convertir a nadie, sino a estar con algunos. Allí había varias mujeres. Una de ellas estaba presa porque "ayudaba a abortar" -digámoslo así-. Conmigo era una madre.

Jamás se me ocurriría juzgar a una mujer que haya abortado. Sólo sabría amarla.

Me preocupa en la situación actual la tenacidad que se pone en defender como simple ejercicio de libertad lo que es siempre una "decisión en tiempo de turbación", y por eso mismo, más que probablemente equivocada.

Me preocupa que las leyes hagan de algo tan serio como un aborto una realidad consuetudinaria, rutinaria, insignificante; y, con nuevas leyes o sin ellas, esta reducción de lo serio a lo insignificante ya se ha producido, como lo demuestra el número siempre mayor de abortos que se da en nuestra sociedad.

Y luego está el hijo, porque es eso, un hijo, una presencia que los defensores de este nuevo ejercicio de libertad se niegan a reconocer.

De todas formas, a mí sólo me enseñaron a amar, a todos, y más aún a quien más lo necesite.

Marzo de 2009.

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