Un mundo de hijos

El pasado 6 de marzo recibí una carta de mi hija Yolanda. La leí como se leen las cartas de los hijos, con la certeza de que vas a compartir con ellos afectos, preocupaciones, alegrías y miedos. Esta vez, me regaló además una memoria llena de ternura, que necesito compartir, porque es un canto al infinito valor de una vida.

Cuando yo tenía 20 años, un compañero mío de estudios en la academia de Ortigueira (entonces no había instituto en los pueblos pequeños) decidió hacerse guardia civil, como el padre. Su primer destino fue el País Vasco y lo enviaron 30 días allí, -entonces era obligatorio para todos los que entraban en el Cuerpo-; su último día recibió una carta amenazándole de muerte si regresaba... Como allí ganaban más y él y su mujer estaban esperando el segundo bebé, decidió regresar a trabajar allí, por supuesto él sólo, su mujer con su bebé nonato y su niñita pequeña se quedaron en Pontevedra esperándolo.

Pocos días después de llegar, estaba haciendo guardia en la Casa-Cuartel, le volaron la cabeza.

Rosón, era entonces Ministro del Interior, vino a Ortigueira con el cadáver en un ataúd precintado, creo que de aluminio, aterrizaron con el helicóptero en unas "leiras" cerca de la Iglesia parroquial de Cuiña, donde vivían sus padres: era hijo único. El silencio sólo lo rompían los llantos de muchos de nosotros. El padre estaba firme y la madre, jamás lo olvidaré, ¿sabe que repetía constantemente?: - Abra a caixa, por favor, ao mellor non é el.
Así una y otra vez.
Todavía oigo su voz.
Un abrazo de su hija Yolanda.

Me pregunto: ¿Cuándo llegará el día en que cada ser humano dará a la vida del otro el valor que una madre da a la vida de su hijo único?
Ese día, la tristeza morirá de alegría.

Marzo de 2009.

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