Una vida, una fe, una comunión

En su seno nacimos para Cristo por el bautismo. En ella recibimos la unción del Espíritu Santo. Con sus hijos subimos hasta el altar de Dios, para ofrecernos con Cristo y ser transformados en él.

Comunidad de fe, esperanza y amor, comunidad espiritual llena de bienes del cielo, la Iglesia es al mismo tiempo comunidad humana, terrena, visible, concreta, asamblea a la que han sido convocados por gracia lo necio del mundo, lo débil del mundo, lo plebeyo del mundo. Ésta es la Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica.

Lo que la Iglesia es para Cristo Jesús, eso deseo que sea también para mí. Él “la amó y se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra; y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada”.

Lo que Jesús pidió para su Iglesia, para esta humanidad pobre que el Padre le confió, eso mismo pediré que a todos se nos conceda: “Padre, ha llegado la hora… Yo te ruego… por los que me has confiado, porque son tuyos… Ya no estaré más en el mundo. Mientras ellos se quedan en el mundo, yo voy a reunirme contigo. Padre santo, protege tú mismo a los que me has confiado, para que sean uno como lo somos nosotros”.

Arranca de mis labios, Señor, el reproche a la Esposa que amas, arranca el reproche y aviva el fuego de un amor que la hermosee aún más a tus ojos. Recibe, Señor, mi vida en tu Iglesia; guárdame en la fe que he recibido de esta Madre; y que tu Espíritu congregue en la unidad a cuantos en la Iglesia participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Junio de 2010.

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