Piedras de molino... piedras de lapidar

Es fácil salir a la calle y condenar sin juicio al monstruo que nos libera de la obligación de pensar en nuestras responsabilidades.

Es fácil enardecer masas anónimas e inducirlas al linchamiento de un supuesto culpable. Es muy fácil señalar víctimas y lapidarlas a muerte, aunque nosotros, hipócritas más que cultivados, sólo nos hayamos atrevido a ejecutarlas con una lapidación moral.

El hecho es que las palabras volaron cortantes y destructivas como piedras. Alguien, entrecomillándolas, las atribuyó al papa Benedicto XVI: “Los que escandalizan a los pequeños merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar”. Y luego, el mismo amigo se preguntaba: “¿Se atreverá a echarlos al mar?”
Por el ardor de nuestra arenga, se diría que estábamos haciendo Iglesia, aunque estábamos sólo manipulando el evangelio para ponerlo al servicio de nuestras pasiones.

Refiriéndose a quien lo había ya traicionado y se disponía a entregarlo, Jesús había dicho: “El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido”.

Y a propósito de quienes escandalizan, el Señor dijo: “Al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí, más le convendría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo sepultaran en el fondo del mar”.

No juzgó el Señor a los que escandalizan, sino que los amonestó para que evitasen el escándalo. No condenó a los culpables, sino que previno a todos. No dijo el Señor: “Merecen que…”, como quien señala pena para el escándalo, sino “más les convenía que…”, como quien enseña a conocerlo y de ese modo impedirlo.

Finalmente, por si alguien lo hubiese olvidado, a los que se creen autorizados a colgar piedras de molino en el cuello de los demás, he de recordarles otra historia de piedras y amigos de lapidar. Entonces Jesús dijo: “El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Y el evangelista anota que, al oír aquello, los amigos de las piedras “fueron saliendo uno a uno, empezando por los más viejos”.

¡Ni piedras de molino, ni piedras de lapidar! La condena más grande del mal resuena cuando, con Jesús crucificado, lanzamos al cielo la piedra de perdonar: “Padre, perdónalos, que no saben lo que se hacen”.

Febrero de 2010.


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