Más allá de una foto

El profeta hablaba del templo del Señor en Jerusalén: “¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Meditad vuestra situación: sembrasteis mucho y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota”.

Yo no hablo de aquella casa en ruinas, sino de ese otro templo de Dios que es el mundo y el hombre, templo de muchas maneras profanado, muchas veces destruido, de propósito ignorado, pues para profanar y destruir sin temor la morada, es indispensable que se ignore la presencia y la dignidad de quien la habita.

Para ser dueño de las cosas o de ti, necesito interiorizar que en la naturaleza Dios no gime, que en un feto Dios no lucha por nacer, que Dios no es el huésped misterioso de tu cuerpo de mujer o de hombre. Para profanarte, necesito persuadirme de que Dios no es humillado cuando a ti te niego la dignidad del trabajo y del salario justo, de que Dios no sale contigo cuando emigras, de que Dios no llora en ti cuando sufres, de que Dios no es humillado cuando el alcohol o las drogas o el tabaco o cualquier otra esclavitud te reducen a ruinas. Para destruir su casa, necesito pensar que Dios está ausente del niño con síndrome de Down, que Dios no se interesa de discapacitados profundos, que Dios no agoniza en un enfermo terminal, que Dios no muere en ti cuando tú mueres.

Mientras la conciencia individual no se revele y unamos fuerzas en la tarea de reparar el templo de Dios que es el hombre, todo podrá concurrir a profanarlo: Todo, ¡también una foto!

Septiembre de 2009.


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