Amor y libertad

Nació donde le dejaron nacer. Murió donde lo crucificaron. Su alimento en la vida fue ‘hacer la voluntad del que lo había enviado’. Parece que hubiese nacido para ser esclavo, y fue sencillamente un hombre libre: Se llamaba Jesús y lo apodaron El Nazareno.

La libertad es algo tan nuestro como el propio yo, más nuestro que nuestra propia vida.

No la recibo del rey ni hay rey que me la pueda quitar; no me la quita la ley, ni hay ley que me la pueda dar.

Nadie podría decir con verdad “soy hombre”, si no pudiese decir con verdad: “soy libre”. Y de la misma manera que para “ser hombre” no se necesita concesión de rey ni de ley, tampoco la necesitas para “ser libre”.

Hombre y libre son predicados del ser, que no evocan lo perfecto, sino lo que se está haciendo, lo que nunca es igual a sí mismo, lo que está vivo. El hombre no deja de hacerse; y su libertad, la que le es propia, nunca, mientras el hombre viva, dejará de ser su tarea.

Eso sí, los otros, el otro, su bien, ellos son el marco necesario y aceptado de mi libertad. El otro la limita y la enaltece, la humaniza y la embellece; el otro es la forma de mi libertad. Sin el otro, no soy libre.

Por si alguien necesitase oír palabras verdaderas sobre la libertad, oiga las de Jesús el Nazareno a sus discípulos: Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve… Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

Tú sabes que eres libre, no porque eres poderoso, sino porque estás entre tus hermanos como el que sirve, sin más norma que el amor ni más recompensa que el servicio prestado.

Sólo es libre el que ama.

Cristo crucificado, plenitud en el amor, es libertad en plenitud.

Marzo de 2010.


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