Milla roja y lunas de sangre

Aburrida la autoridad competente porque ya no hay muertos en carretera, la gente conduce con responsabilidad, tanto que de multas ni se habla, y peligran los puestos de trabajo de los adictos al control del tráfico rodado, se decide subir la adrenalina al personal y animar el trabajo de los agentes, con un proyecto de ley, por el que, en los tres primeros kilómetros de cualquier recorrido o viaje, algunas personas tendrán derecho a disparar sobre cualquier conductor al volante de un vehículo. Los agentes velarán para que las personas con derecho a disparar puedan ejercerlo en las mejores condiciones posibles de visibilidad, de seguridad y de higiene, y se preocuparán asimismo con celo y diligencia de que el conductor lleve correctamente abrochado el cinturón de seguridad, los papeles del vehículo estén al día, la rueda de repuesto a punto para el uso, el triángulo reglamentario en su lugar, el chaleco reflectante al alcance de la mano, y el segundo par de gafas en la guantera, si el conductor hubiere de llevarlas por indicación del psicotécnico.

El viejo despertador me arrancó de aquella pesadilla. Respiré: Por ley nadie tiene todavía el derecho de matar a un conductor.

¿O tal vez sí?

La criatura indefensa que acaba de estrenar el día, y que, sin cordón umbilical, se dispone a recorrer el camino que la llevará hasta el final de su viaje, no es distinta de la criatura indefensa que, en el seno materno, recorrió durante nueve lunas el camino que la llevó hasta el trance sorprendente de nacer. Desde hace demasiado tiempo, por ley, había para ese conductor una muy arriesgada milla roja, que ahora alguien se dispone a transformar en tres interminables lunas de sangre.

Éste ya no es un mal sueño. Es una pésima realidad.

Noviembre de 2009.

0 comentarios:

Publicar un comentario