Creo que era en Gijón. Caí por allí de pasada en unos minutos de la velada televisiva para la entrega de los Goya. Oí en aquel momento la palabra «Dios» y la palabra «sacrificio». Me pareció entender que a alguien se le pedía ofrecer algo a Dios en sacrificio. Como música de fondo para la insólita petición oí risas en la sala. No logré saber si la cosa iba de respeto o de frivolidad. Luego subieron al escenario unos actores, y me hicieron testigo de besos sin verdad y de palabras que subían de un mundo sin alma.
Entonces recordé los ojos tristes de las tres niñas africanas que, condenadas a hacer calle, aquella mañana habían llamado a la puerta para pedir condones. Recordé su maternidad ultrajada y su humanidad esclavizada, y me pregunté: ¿Es posible que haya gente que no sepa todavía lo que significa profanar un beso?
Febrero de 2009.
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