Engordan el orgullo y anulan la compasión. Las hay filosóficas y políticas; y las hay, peligrosísimas, también religiosas, las de quienes confunden la ley del Señor, que alegra el corazón y da luz a los ojos, con los propios pensamientos, convicciones o intereses, que entristecen el alma y ciegan el entendimiento.
Las ideologías son enemigas de la comprensión, de la concordia, de la libertad, de la solidaridad y de la vida. Son una desfiguración monstruosa del amor a la verdad y de la fidelidad a la conciencia.
Las ideologías llevan dentro la semilla del fratricidio.
En torno a la cruz de Cristo, junto a una madre virgen, hay un centurión que ha dirigido la crucifixión, un ladrón que acaba de entregar su vida de criminal a la memoria compasiva de un justo ajusticiado, unas mujeres de las que conocemos tristezas y no doctrinas. En esa comunidad de crucificados y dolorosas nada importan las ideologías: importa el sufrimiento en el que todos están unidos, e importa aquel crucificado que, muriendo, se les ha entrado a unos y otros por las celosías del alma.
A la Iglesia viva la reconocerás allí donde haya un hombre o una mujer en comunión con Cristo y con los pobres, un creyente experimentado como Cristo en la confianza y la compasión.
Enero de 2010.
0 comentarios:
Publicar un comentario