Dios entre cruces... crucificado

El día de mi ordenación episcopal, hace ahora algo más de una año, Bernardo, entonces con ochenta y seis abriles cumplidos, hizo, danzando como un joven, su procesión de ofrendas desde el fondo de la catedral hasta el altar mayor. Hoy, antes de empezar la misa dominical, vino a la sacristía, a manifestarme su malestar, porque en su peluquería, los clientes, agnósticos unos, simples desconcertados otros, perplejos todos, a él, hombre piadoso y practicante, le preguntaban por Dios, por su dudosa existencia y su presunta bondad con aquellas personas que perdieron la vida de manera tan inesperada y terrible en el accidente aéreo de Barajas. Mi hermano Bernardo estaba muy inquieto, porque le hubiese gustado tener palabras apropiadas para dejar a salvo de ataques el buen nombre de Dios, pero no las encontraba en su modesto repertorio de argumentos teológicos.

Querido Bernardo: Más teología que nosotros parece que sabían aquellos amigos de Job que, alarmados por las protestas de éste frente a su Dios, consideraron necesario poner al rebelde en su sitio para que Dios no perdiese el suyo. Pero, con sorpresa grande para todos, Dios rechazó indignado las buenas razones con que aquellos teólogos habían intentado defenderle, y aceptó el desafío que le lanzaban las palabras de protesta del pobre Job.
Comprenderás, hermano mío, que lo acontecido en Barajas no es más que un punto en el universo infinito del sufrimiento humano. Tú, que has pasado la vida entera en esta tierra africana, ¿has medido alguna vez el sufrimiento que hay a tu alrededor?, ¿podrías medirlo? África: Corrupción, pobreza, hambre, hambruna, SIDA, lepra, tiranía, mafias guerras, limpieza étnica… cayucos, pateras, caminos en el desierto, escondrijos en los bosques, esclavitud en la prostitución… Los pobres son tan pobres que ni siquiera parecen tener una familia que los llore. Desde luego, no tienen reporteros que cubran la información de su camino hacia la muerte, no tienen psicólogos que les ayuden a aceptar la realidad, no tienen voto, ni siquiera tienen voz.

No creerás, amigo Bernardo, que Dios está en mi catedral y no está en la cruz de su Hijo, en la cruz de sus hijos. No me dirás que a tu Dios lo ves más fácilmente en nuestra misa de cada domingo que en los incontables naufragios de sus pobres. Recuérdalo, andaba el buen Dios entre criminales vencidos y ajusticiados, mientras, en el mismo lugar, su gloria se ausentaba de justicieros y vencedores: maestros de la ley, sacerdotes del templo, defensores de la ortodoxia, curiosos, indiferentes y distraídos… Recuérdalo, hermano mío, Dios estaba allí entre cruces, y no como espectador, ¡estaba crucificado!

Así que, si alguien te pregunta por él y por Barajas, diles que Dios estaba allí, y que también él murió en aquel avión. Yo sé que me entiendes: Si allí estuviesen tus hijos, tú habrías muerto en ellos. Estamos en los que amamos, vivimos en ellos, en ellos morimos. “¿Puede una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella te olvidase, yo nunca te olvidaré, dice el Señor”. Dios estaba allí, en sus hijos, Dios amaba allí, Dios salvaba allí… Y esa palabra última, “salvar”, tú y yo hemos de decirla, porque es palabra cierta; pero hemos de guardarla en el secreto del corazón, porque es también palabra misteriosa; tus ojos y los míos no pueden ir más allá de la cruz donde Dios muere; eso es lo que nosotros vemos, las innumerables formas de la muerte. La salvación, la resurrección, la vida en Dios, eso es lo que es de Dios, y lo que en Dios ha de ser de sus pobres.

Pero hay más todavía, hermano Bernardo: “Todos los sufrimientos que vienen de fuera son nada en comparación de la noche obscura del alma, cuando la luz divina ya no alumbra y la voz del Señor ya no habla. Dios está ahí, pero está escondido y calla… Por eso cada uno de nosotros está siempre en el filo entre la nada y la plenitud de la vida divina” (Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz). Todo el saber cristiano sobre Dios se hace sabiduría de la cruz, o si prefieres, experiencia de no saber más que a Cristo, y a Cristo crucificado.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Hermano mío, lo nuestro es poner alma, corazón y vida en bajar a Dios de la cruz, en hacernos samaritanos de los pobres, en devolver esperanza a los que nada tienen, en desvelar al hombre en la noche la ternura materna de Dios.

Agosto 2008.


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