Se llamará "Miracle"

Quién puede contar los sueños que agitan las noches de los bosques de Tánger, las noches del entorno de Ceuta o de Melilla; quién puede decir cuántas esperanzas desafían en cayucos y pateras la fuerza del Atlántico, las corrientes del Estrecho, las iras del mar de Alborán; sólo Dios sabe cuántos son los muertos en las rutas de la miseria y la ilusión, cuántas vidas han sido incineradas aprisa por nuestra conciencia en el horno del olvido.
Allí han terminado hombres y mujeres sin país, sin familia, sin papeles, sin nombre, sin raíces, sin derechos, sin nada… Los hemos visto desaparecer como si no fuesen hermanos nuestros, como si se tratase de carne de otra humanidad, de otra carne… Sería un verdadero pecado que la memoria estropease la fiesta de nuestros botellones, las alegrías compradas de nuestros burdeles, la lógica inapelable de nuestros mercados, el dulce aturdimiento de nuestros ocios, la monotonía de la lluvia en los cristales de nuestro bienestar.
Esta carne de nadie es humanidad que se esconde de todos, pues unos la persiguen con la fría razón de las leyes y otros la maltratan con la cruel sinrazón del racismo.
Cáritas Tánger sabe de ellos, y ellos saben que esta puerta de la comunidad eclesial está abierta para todos, y a esa puerta llaman, angustiados, a veces aterrorizados, con frecuencia enfermos físicamente, psicológicamente y espiritualmente. Lo que hay, allí se comparte: ropa, alimentos, un médico para curar, tiempo para escuchar, una palabra para dar esperanza.

Ahora dejo que sea una voluntaria la que os diga con palabras suyas qué pasó aquel día bajo el cielo de Tánger.

Nos llega una chica nigeriana, joven, guapísima, víctima de ‘trata’. Viene a escondidas, por miedo a la policía. Como la mayoría de estos inmigrantes, está indocumentada. Estar sin documentos en Marruecos hace de ti, no una persona sin papeles, sino un delincuente y, si en esa situación eres víctima de cualquier abuso, eres también una persona sin derechos.
La chica, entre vergüenzas y lágrimas, comienza a contar su historia. Está mal, muy mal. Efectivamente, observamos que está débil y demacrada, que apenas se sostiene en pie. Está embarazada de cinco meses, y su ‘patrón’, para hacerla abortar, la ha obligado a tomar cuarenta pastillas de un fármaco llamado Cytotec. Está perdiendo mucha sangre; está muy asustada. La acompañamos inmediatamente al Hospital Italiano (al frente de este Hospital está una comunidad religiosa, y ése es nuestro refugio para estos enfermos).
Tan pronto como llegamos, todos se dieron cuenta de que no había tiempo que perder. La chica fue llevada de inmediato a la sala de partos. Tuvo el bebé sin dificultad, lo dejaron de lado –la hermosa niña había nacido muerta-, y acudieron a la madre.
Cuando todo terminó, la hermana enfermera se acercó al feto, lo lavaría un poco… al meterlo en el agua, aquella miniatura de criatura humana se estremeció, diciendo a su manera que estaba viva, que quería vivir.  Asustados y sorprendidos, médico y enfermera han de atender ahora aquella vida que pide una oportunidad… De la sala de partos a la incubadora… La aguja del suero es demasiado grande, y optan por dejarla sin él; cada diez minutos se le dará el alimento y la medicina por vía oral.
Nos permiten entrar a verla. Cuando estábamos junto a la incubadora, el bebé se estremeció de nuevo, y con sus manitas extendidas parecía estar diciendo: «quiero vivir, voy a vivir».
La madre estaba muy asustada; no quiere ver a su hija; tiene miedo. Sabe muy bien que no puede decidir sobre nada por ella misma, sabe que está ‘vendida’, que no se pertenece, que no le pertenece su hija de dos años, y tampoco esta otra que acaba de llegar. Todo es del ‘patrón’ hasta que ella pague su deuda, y para eso, puede muy bien hacer falta toda una vida.
La madre pidió hacerse perder de inmediato la leche, no quería ver ni amamantar a su hija. ¿No quería? No conocemos todavía a ninguna madre africana que renuncie a amamantar a sus hijos.
Salimos del Hospital con el corazón en un puño… ¿Y ahora, qué?
Conseguimos que antes de abandonar el Hospital la madre entrase a ver a su hijita. Cuando estuvo frente a la incubadora, el bebé abrió los ojos y de nuevo se estremeció: ¡quiero vivir!
La madre, entre sollozos, nos dijo: se llamará «Miracle», ponedle Miracle.”

Hasta aquí el relato de nuestra voluntaria de Cáritas.
Lo que hay, se comparte: amor y ternura en las manos; y en el corazón un sueño: “Ya no tendrán más hambre ni sed… El Señor será su pastor y los conducirá a las fuentes de las aguas de la vida”.

Agosto de 2008.

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