Adjetivos y pudor



Vicente Ferrer ha muerto. Nada tengo que decir sobre quienes han guardado silencio ante este acontecimiento, ni tampoco sobre quienes han considerado que el silencio no era lo más apropiado para la circunstancia. Se trata de opciones que cada quien hace desde su responsabilidad. Aquí hablaré de adjetivos puestos al silencio -«ominoso», «violento» y «cobarde»-, y de pudor, adorno necesario del bien y la belleza.

Los adjetivos del silencio: «Ominoso» es lo que “predice desgracias”. Supongo que «ominoso» se puede llamar el silencio de las sociedades prósperas ante el exterminio de los más débiles –un proceso rigurosamente científico de selección natural-. Supongo que «ominosos» son otros muchos silencios, míos y tuyos, preludios cómplices para tragedias predecibles. «Ominoso» se puede aplicar también con propiedad a lo que es abominable, aborrecible, reprobable. En ese sentido podría adjudicar el adjetivo a multitud de conductas, actitudes, leyes o situaciones que me resultan odiosas o repugnantes. Adjudicarlo, sin embargo, al silencio de una institución, porque ésta no ha expresado sentimientos de condolencia o de admiración por alguien que acaba de fallecer, me parece cuando menos un exceso verbal. Por mi parte, confieso que apenas sabría decir quién era Vicente Ferrer, cosa que a Vicente Ferrer nada le ha quitado de bondad, de bien o de mérito. No creo, sin embargo, que la mía sea una ignorancia «ominosa».

Algo se puede calificar de «violento» para alguien, si se trata de cosa que hace con repugnancia. Como «violento» se define “lo que está fuera de su estado natural”, y en sentido figurado, “lo que se ejecuta con injusticia”. Por supuesto, se aplica a quien “se deja llevar fácilmente de la ira”. Calificar de «violento» un silencio, puede significar que se trata de un silencio poco natural, lo cual en nuestro caso es materia opinable. Ahora, si con ese calificativo se quiere denunciar un silencio injusto, la adjetivación continúa siendo opinable, aunque temo que empiece a ser también desmesurada.

«Cobarde» es apelativo que ha hecho popular y bufo Chiquito de la Calzada. Claro que, escupido por un general en la cara de un soldado aterrorizado, puede significar para el soldado la muerte por fusilamiento. Todos conocemos silencios cobardes, al igual que conocemos palabras cobardes, y multitud de acciones y de omisiones que podrían lucir con garbo el adjetivo. Me quedo con la duda de si el silencio de que se trata ha sido cobarde o valiente, apocado o atrevido, respetuoso o debido, o tal vez ha sido sólo silencio.

Y hablemos de pudor: El pudor, honestidad o recato, es cualidad que se espera encontrar en las personas –he de suponer que Vicente Ferrer era una persona pudorosa-, y es también algo que se agradece ver en las miradas.

El día 8 del pasado mes de enero celebramos en la catedral de Tánger el funeral de una religiosa misionera. Esto es lo que aquel día escribí en mi diario: “Funeral de sor Manuela Lorente Torres, Franciscana Misionera de la Inmaculada Concepción. Estatura pequeña. Corazón grande. Hermana humilde y sencilla. ¡Franciscana!” Ella se hubiera ruborizado de haber leído semejantes cosas referidas a alguien que oraba, sonreía y cocinaba.

En su funeral estábamos los que la queríamos. Y no echamos en falta a nadie más.

Para honrar a Vicente Ferrer, más que palabras, sirven plegarias, sonrisas y sopas.

Un abrazo, de corazón.

Junio de 2009.



0 comentarios:

Publicar un comentario