La noche de Pascua trajo el evangelio
más sorprendente: “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el
crucificado? No está aquí. Ha resucitado”. Antes de que el incienso subiese
a lo alto de nuestras iglesias, la oración de la fe subía agradecida a lo alto
del cielo, a lo más íntimo de nosotros mismos, a la morada santa del Dios de
nuestra salvación. Antes de que la luz inundase de claridad nuestra asamblea,
el alma se iluminó de esperanza, de alegría y de paz. Antes de que el
Resucitado nos recibiera en comunión sacramental, nuestra fe lo había recibido
en comunión espiritual, y sabíamos que, por la fe, era nuestro lo que
admirábamos en él, pues nuestra era la humanidad en él resucitada, nuestra su
gloria, nuestra su vida.
Ahora aprendemos a discernir su
presencia en medio de nosotros. Otro le dará voz, pero hoy será él quien te
hable, será él quien te abrace con su paz, será él quien te regale con su
Espíritu, será él quien pronuncie contigo tu acción de gracias, será él quien
resucitado se te entregue en el pan de la bendición, será él el corazón de la
palabra que proclames, será él la verdad de los ritos que celebres, será él el
corazón y la verdad de tu confesión: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Cristo ha resucitado, y hoy nos encontramos con él
en nuestra Eucaristía.
Feliz domingo. Feliz Pascua de resurrección.
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