A la
Iglesia de Dios que peregrina en Tánger:
Paz y
Bien.
Para los
clandestinos y los excluidos, los humillados y los esclavizados, para quienes
el futuro previsible sea el de honrar la memoria de un joven amigo muerto, para
hombres y mujeres que soñaron amanecer en un mundo nuevo y despertaron en la
orilla oscura de su mundo viejo, para todos ellos es la buena noticia de la
Pascua: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno,
el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO”.
¡Buscar a Jesús!:
En los
días lejanos de su infancia marcada por el amor recibido y la pobreza
experimentada, habían buscado a Jesús, para adorarlo, unos magos venidos de
oriente. Lo habían buscado angustiados también su padre y su madre en una
fiesta de pascua, cuando la de Jesús era una adolescencia recién estrenada. Ya
adulto, todos lo buscaban, y le llevaban enfermos y pecadores que en él
hallaban médico, salud y salvación. Lo buscó Zaqueo el recaudador, pequeño y
pobre de justicia y de amigos. Lo buscó la población entera que se agolpaba a
la puerta de la casa donde Jesús estaba como si aquella fuese en realidad, no
la casa de Pedro el pescador, sino la casa del pan y de la vida.
También
lo buscaron con ahínco sus enemigos: Lo buscó Herodes para matarlo, lo buscó
Judas para traicionarlo, lo buscó una turba que fue con machetes y palos a
prenderlo de noche en un huerto de angustias y de olivos.
Ahora, en
la mañana del primer día de la semana, con las primeras luces del día, unas
mujeres que habían observado dónde José de Arimatea había colocado el cuerpo de
Jesús, lo buscan para embalsamarlo.
Aquellas
mujeres habían seguido a Jesús por los caminos de Galilea, lo habían atendido,
y luego habían subido con él a Jerusalén. Para ellas, seguir a Jesús había sido
algo así como expatriarse de un mundo viejo para emigrar a un reino soñado, en
el que Dios era el Rey, y el amor la única ley.
Ahora,
abrumadas por la memoria del amor que recibieron y del mundo que soñaron, María
Magdalena, María la de Santiago y Salomé, que han visto enterrado el futuro
junto al cuerpo de un hombre llamado Jesús, se disponen a embalsamar las
esperanzas perdidas. Les queda un amor abrazado a los recuerdos, les queda un
sepulcro donde yace el cuerpo del amado, ¡y queda Dios!
Ellas
aman y buscan. Y porque buscan, se les concederá encontrar a quien aman.
Si amas,
hermana mía, hermano mío, aun cuando busques a Jesús donde ya él no está, y
aunque signo postrero y penoso de tu fe y de tu vida sean sólo perfumes para
embalsamar, admirado, puede que espantado, hallarás abierta la tumba y
resucitado al que buscas.
Cristo ha
resucitado. Alaba al Señor por Jesús el Nazareno, el crucificado.
Tú has
resucitado. Alaba al Señor por ti, que crees.
Tu mundo
es nuevo. Alaba al Señor por la nueva creación que Dios ha rescatado y que la
fe te ha permitido ver.
“No está aquí. Ha resucitado”:
Quienes
habían buscado a Jesús para escucharle, para atenderle, para seguirle, ahora lo
buscaban para embalsamar su cuerpo. Por eso lo buscaban en el lugar donde unas
manos piadosas y amigas lo habían sepultado al comenzar el descanso sabático.
Quien a partir de la tarde del Calvario busque a Jesús, ya no podrá buscar sino
en un sepulcro y a un crucificado.
El joven
que en el lugar de los muertos y vestido de blanco parece estar a la espera de
las mujeres que se acercan, les dice algo que parece obvio: El que buscáis, “no
está aquí”; las mujeres podían ver que el cuerpo de Jesús no estaba allí.
Sin embargo, las palabras del mensajero no son una obviedad sino un evangelio.
Aquel “no
está aquí” es una buena noticia que el cielo da, y que por sí sola hace
nacer en la mente y en el corazón de las mujeres un vivero de preguntas
necesarias para que entonces ellas y ahora nosotros podamos acercarnos al
misterio de la resurrección: ¿Dónde está? ¿A dónde lo han llevado? ¿Quién lo ha
movido? ¿Por qué lo han trasladado? ¿Tú te lo has llevado? ¡Dinos dónde lo has
puesto!
Aquel “no
está aquí” es una revelación, es el primer resplandor de la Pascua de
Cristo, es una forma sencilla de decir: “ha resucitado”. Y cuando el
mensajero celeste diga: “ha resucitado”, nosotros entenderemos que
aquella es una forma sencilla de decir “dónde está” el crucificado.
Queridos:
el mensajero de Dios dice dónde Jesús no está para que le busquemos y le
encontremos donde está.
Busca a
tu Señor, y lo hallarás dentro de ti: “Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.
Busca al
crucificado, y lo hallarás en los pobres: “Venid, benditos de mi Padre,
recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber… Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis”.
Busca al
que amas, y lo hallarás en su cuerpo que es la Iglesia: “Nadie aborreció
jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo
mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos harán una
sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia”.
De la Iglesia, de ti mismo, puedes decir con verdad: “eres su propia carne”,
“él, Cristo, te alimenta, él te cuida con cariño”, “hacéis una sola
carne”. Di ti mismo, de la Iglesia, puedes entender que habla el mensajero
celeste en la mañana de aquel primer domingo, cuando dice: “Ha resucitado”.
Busca al
Resucitado, y lo encontrarás en su palabra: “¿No estaba ardiendo nuestro
corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?” ¡Misterio de la divina palabra!: Los discípulos ya se habían
encontrado en ella con Jesús, aunque todavía no le habían reconocido. Aún no se
habían abierto los ojos para ver al Señor mientras le escuchaban; pero el
corazón ya intuía la realidad de su presencia.
Busca al
Resucitado, y lo hallarás en sus sacramentos. Por eso, de ti, Iglesia santa, se
puede decir con verdad que has muerto y resucitado con Cristo en el bautismo;
has sido ungida con Cristo por el Espíritu Santo; ofrecida con Cristo en
sacrificio de obediencia; en Cristo purificada con las lágrimas de la
penitencia; a él unida en el sufrimiento por la unción de enfermos; a él unida
en el amor por el sacramento del matrimonio; a él unida en el ejercicio de su
sacerdocio por el sacramento del Orden.
Cristo ha
resucitado, y está a la derecha de Dios en el cielo: “(Esteban), lleno del
Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que
estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y
al Hijo del Hombre que está en pie a la diestra de Dios»”. Nadie piense,
sin embargo, que estamos excluidos de este encuentro, pues donde Cristo está,
también en la gloria de Dios, allí está el creyente que ha sido unido a él por
la fe y los sacramentos: “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a
las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra
vida está oculta con Cristo en Dios”. “Dios, rico en misericordia, por
el gran amor con que nos amó, nos vivificó juntamente con Cristo –por gracia
habéis sido salvados- y con él nos resucitó
nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús, a fin de mostrar en los
siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con
nosotros en Cristo Jesús”.
“No
está aquí”, dijo el mensajero. Luego añadió: “ha resucitado”. Y tú
ya sabes dónde buscarle para encontrarle: en ti mismo, en los pobres que caminan
contigo, en la Iglesia a la que perteneces, en la Escritura que escuchas, en
los sacramentos que celebras, en el seno de la Trinidad Santa donde habitas.
Tú
buscarás siempre crucificados, clandestinos, excluidos, humillados,
esclavizados… Sólo Dios, tu Dios, hará posible que los encuentres en Cristo
resucitados con él.
Testigos de la resurrección:
A ti,
Iglesia amada de Dios, a ti se te ha confiado el testimonio de la resurrección.
Puede que
un día tengas una hermosa doctrina para explicar lo que has vivido y
sistematizar lo que has recibido, pero lo que desde esta primera Pascua hasta
el último día de la historia has de retener es el evangelio del que eres
testigo: Cristo ha resucitado.
Darás
testimonio con la palabra, pues en tu palabra, si es verdadera, irá tu vida de
pueblo resucitado, tu gozo de asamblea redimida, tu canto de comunidad
liberada.
Serás
testigo con tu vida: Cristo mirará por tus ojos, curará con tus manos, orará
con tus labios, amará con el corazón de tus hijos.
Serás
testigo con tu muerte: La de cada día, la de la entrega aprendida mirando a tu
Señor, la del abandono en las manos del Padre, la del olvido de ti misma para
ser del que amas. Serás testigo con tu atardecer en la paz. Serás testigo,
Iglesia y esposa, con tu último y definitivo sí.
Para ti,
para tus hijos, para tus pobres, feliz Pascua de resurrección.
Tánger, 8 de abril de 2012.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
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