El lector lo proclamará
como dicho por él, y tú lo escucharás como dicho de ti: “En comparación con
la sabiduría, tuve en nada la riqueza”.
Sea que el hombre busque
la sabiduría, sea que busque la riqueza, ése es negocio que se hace siempre en
la hondura del corazón.
He dicho “sea que el
hombre busque”; pudiera haber dicho sea que ame, sea que sirva, sea que
adore: siempre será el corazón lugar de su culto o de su idolatría; en el
corazón se lleva lo que se busca, lo que se ama.
La fe es una cuestión de
corazón, de bienes y de Dios. La pregunta ineludible para el creyente es si amo
a Dios con todo el corazón, o si llevo en el corazón lo que no es Dios; si Dios
es mi riqueza, o si la riqueza es mi dios; si Dios es mi todo, o si todo es mi
dios.
Bajo esta luz podemos
considerar el evangelio de este día. El escenario es un camino, en el que se
cruzan un joven y Jesús. Lo que los discípulos ven y oyen, es lo que sucede en
el camino. Pero lo decisivo sucede en los corazones. Esto es lo que hay en el
de Jesús: “Se le quedó mirando con cariño y le dijo: _Una cosa te falta:
anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. Y
esto es lo que había en el corazón del joven: “Él frunció el ceño y se
marchó pesaroso, porque era muy rico”.
Con el lector, tú
dijiste: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”, y, a una con el salmista, pediste saciarte de
misericordia, para llenar la vida de alegría y júbilo.
Pediste la misericordia,
te apegaste a la sabiduría, escuchaste la palabra de Dios para cumplirla,
recibiste a Cristo para seguirlo, y, con Cristo, entraron en tu vida los pobres
para acudirlos. Pediste y conociste una alegría que sólo Dios puede dar.
Si con el joven del
evangelio hubieses preferido tus bienes a Jesús, te irías rico, pero sin Jesús,
sin pobres, sin alegría.
Estas cosas se deciden
en el corazón.
Feliz domingo.
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