Antes de
hablar del hombre y de la mujer, antes de pensar en el misterio de
comunión al que el amor los ha de llevar,
la Iglesia considera y admira el misterio de su comunión con Cristo
Jesús.
En
verdad, el amor ha traído a Cristo a
nuestra vida y lo ha hecho uno con nosotros, de modo que, unidos a
él, en él fuésemos justificados, en él fuésemos agraciados, en
él fuésemos santificados, en él fuésemos glorificados.
¡Admirable
comunión, admirable intercambio!: El Señor comulgó con nuestra
debilidad, con nuestra pobreza, con nuestra muerte; nosotros
comulgamos con su fuerza, con gloria, con su vida.
El
vínculo que une a Cristo con su Iglesia es indisoluble, es para
siempre el amor que se han declarado.
De este
misterio de amor y comunión es sacramento
la Eucaristía que celebramos y que recibimos, pues en ella, es de
Cristo y de la Iglesia la acción de gracias, es de Cristo nuestra
alabanza, es de Cristo nuestra súplica. Cristo no se separa de la
Iglesia en la oración. Y la Iglesia no se separa de Cristo en el
cántico de alabanza que resuena eternamente en el seno de la
Trinidad Santa.
De esa
comunión entre Cristo y la Iglesia, que
conocemos por la fe y celebramos en la Eucaristía, es imagen real y
verdadera la unión que el amor establece entre el esposo y la
esposa. La unión matrimonial ahonda sus raíces en la comunión del
Hijo de Dios con nosotros por la encarnación y en la Eucaristía.
Feliz
Eucaristía. Feliz comunión con Cristo. Feliz
domingo.
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