El profeta había dicho: “Cuando entregue
su vida… prolongará sus años”. Y el Señor, a sus discípulos, les dijo: “El
Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Si no lo hubiésemos entendido aún, ése, el de
servir, el de entregar la vida, que es el camino de Jesús, es también el camino
por el que hemos de ir quienes hemos recibido la gracia de ser sus discípulos.
Una primera dificultad para entrar por ese
camino son las riquezas. Disponer ellas con sabiduría es opción necesaria para
disponer sabiamente de la vida.
Pero no basta. Los discípulos, que lo habían dejado
todo y habían seguido a Jesús, no habían renunciado aún a lo que soñaban que podrían
obtener. Y eso es lo que, en forma de súplica, explicitaron los hijos de
Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu
izquierda”. Ellos lo explicitaron,
pero los demás acariciaban en secreto el mismo sueño.
Si dejar lo que se tiene es ya para el hombre
un imposible, qué decir cuando se habla de dejar también lo que se sueña.
Cambiar gloria por cruz, riquezas por
seguimiento, poder por servicio, hacer de la propia vida un pan que el otro
pueda comer: Ésta es la locura del mundo nuevo, ése fue el camino de Jesús, y
es el que hemos de recorrer con él sus discípulos.
Más allá de esa locura está la dicha.
Más allá de tus sueños de gloria está lo que
Dios ha soñado para ti.
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