Esto lo escribí hace tres años, y
hoy no encuentro nada más que decir:
«Cuando decimos ‘poco’,
estamos diciendo ‘escaso’ o ‘corto’ en cantidad o en calidad. En
la aldea de Sarepta, escasa de vecinos y de renombre, aquel día escaseaba todo
lo que cuenta en la vida de una persona: era poca el agua, un puñado la harina,
y exiguo el aceite; era poca la leña, era corto el futuro, y era tasado, por no
decir mezquino, el amparo de que podían gozar aquella mujer y su hijo, pues
ella era sólo una pobre viuda.
Aquel mismo día, andaba Dios
atareado en buscar a alguien que amparase a un profeta, y para esa misión
-¡cosas de Dios!- escogió a la viuda pobre, a una mujer desvalida que, agotados
el pan y la esperanza, se disponía a morir.
En realidad, aquel día, andaba
Dios ocupado en abrir caminos para salvar la vida de los desamparados: la de la
viuda y su hijo, la del profeta… la de todos aquellos que en esta historia
están representados y prefigurados.
La viuda, su necesidad, su fe,
representa y recuerda la peregrinación de Israel por el desierto, un camino de
penuria recorrido con la fuerza de un pan que bajaba del cielo y un agua que
brotaba de la roca. En aquella viuda, en su necesidad, en su fe, puedes ver
prefigurada la historia de Jesús de Nazaret, historia de un pobre que, tomando
en sus manos el último pan, nos entregó con él su vida entera. En la viuda de Sarepta, en su necesidad, en
su fe, puedes ver prefigurada tu propia historia de Iglesia amada de Dios, de
Iglesia pobre, de comunidad creyente, a quien su Señor pide el último
panecillo, ese puñado de harina, ese poco de aceite, de los que todavía puedes
disponer, y que entregados –entregado con ellos todo lo que tenías para vivir-,
hacen posible el milagro de que nunca falte en tu casa pan para los pobres:
¡Nunca tu “orza de harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó”!
¡Matemáticas de Dios!: Cuando lo
das todo, ganas lo que pierdes, sumas lo que restas, y te dispones a vivir, no
a morir…
Hoy se unen a tu oración todos
los que comparten tu necesidad y tu fe, todos los que viven por tu pobreza
entregada. Es un coro innumerable para un único canto de alabanza: “Alaba,
alma mía, al Señor”, que mantiene su fidelidad perpetuamente”.
Feliz domingo.
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