“La
Sabiduría se ha construido su casa… ha preparado el
banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criadas para que
lo anuncien… Venid a comer mi pan”.
Considera la palabra sapiencial como palabra profética
que se ha cumplido en el misterio de la encarnación: “La Palabra de Dios
se hizo hombre, y acampó entre nosotros… De su plenitud todos nosotros
recibimos”.
Pregunta a los que a ella se han acercado, y te dirán lo
que han hallado: Retrocede el espíritu del mal, a la mujer se le da la mano
para que se levante, los leprosos quedan limpios, los enfermos son curados, los
pecadores son perdonados, descreídos y recaudadores se sientan a la mesa de
Dios, porque Dios ha salido a buscarlos. Come a la mesa de la sabiduría la
mujer que amó mucho, el publicano que no se atrevía a levantar la cabeza, la
adúltera amada, el ladrón acogido al asilo del paraíso. A la mesa del Reino se
sientan los pobres, los inexpertos, los faltos de juicio, y hasta intuimos que
allí se ha sentado el centurión que dirigió a los soldados de la crucifixión. “Los
ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada”.
Considera el modo en que la Sabiduría ha preparado
el banquete: La Palabra,
haciéndose hombre, se revistió de nuestra frágil condición, cargó con nuestras
debilidades, comulgó con nuestras miserias.
Considera ahora, Iglesia amada del Señor, la eucaristía
de tu domingo. “La mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino”.
Escuchando y comulgando te has sentado a la mesa de la Sabiduría. Escuchando
y comulgando te haces de Cristo, te revistes de inmortalidad, y eres
fortalecida para caminar hasta el monte de Dios. Escuchando y comulgando eres
justificada con justicia divina, y recibes vida eterna, pues “el que come de
ese pan vivirá para siempre”.
Sal a los caminos e invita a todos los pobres al banquete
de esperanza que ha preparado para ellos la Sabiduría.
Feliz domingo.
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