Continuamos hablando de profetas.
Sabes que Dios te ha hablado en el hijo despreciado de un carpintero, en un
rey de burlas crucificado; y has aprendido a reconocer la voz de tu Señor en los
despreciados y escarnecidos.
Pero también sabes que has sido llamado a decir palabras de Dios.
Eso no es privilegio sino responsabilidad, no es prebenda sino crucifixión.
Porque eres profeta, eres un desarraigado: “El Señor me sacó de junto al
rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo de Israel”.
Porque eres profeta, vives a la escucha de Dios: “Voy a escuchar lo que
dice el Señor”.
Alguien escribió: “Las ideologías no son mutables; pueden imponerse con
vigor, pueden conquistar países e idiomas, pero carecen de oído”. Me asalta
la sospecha de que los llamados a ser profetas del Altísimo nos reducimos una y
otra vez al papel de ideólogos de Dios y de la religión, ideólogos carentes de
oído, mera apariencia de profetas.
Escucha y profetiza. No anuncies lo que no hayas oído a tu Señor. No calles
lo que él te haya revelado.
Escucha y profetiza. El que te ha llamado, el que te ha desarraigado, el
que te ha enviado a recorrer los caminos de los hombres, el que te ha querido
libre para él y para la misión, te ha confiado un tesoro que a todos has de
ofrecer. Irás sin pan ni alforja ni dinero en la faja, rico de justicia y de
paz, de salvación y de gloria, de misericordia y de fidelidad.
Escucha y profetiza, porque Dios nos ha bendecido en Cristo con toda clase
de bienes espirituales y celestiales. Lluvia de bendiciones es la que Dios nos
ha dado, para que nuestra tierra diese una cosecha de justicia y de salvación
que los pecadores nunca hubiéramos podido soñar.
Escucha y profetiza: “Dios nos eligió en la persona de Cristo para que
fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la
persona de Cristo a ser sus hijos. Por este Hijo hemos recibido la redención…
El tesoro de su gracia ha sido un derroche para con nosotros”.
Si escuchas como profeta, saldrás a los caminos de los hombres llevando la
palabra del que te envía, el pan de su vida para repartir, irás con su
autoridad para liberar, llevarás el aceite de su misericordia para curar.
“Dichosos los que viven en tu casa, Señor de los ejércitos, rey y Dios
mío”, gorriones y golondrinas que han encontrado un nido al abrigo de tu
presencia. Dichosos, Señor, los hombres y mujeres que viven a la escucha de tu
palabra. Dichosos, Señor, tus profetas.
Feliz domingo.
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