La Ascensión del Señor a los cielos es para la Iglesia motivo de alegría,
de alabanza, de eucaristía, pues la victoria que celebramos de Cristo es ya nuestra
victoria, y la gloria que en él contemplamos es la misma que nosotros esperamos
alcanzar.
Entra en el
misterio que celebras, Iglesia enaltecida con tu Señor; entra y admira la consumación
admirable de la gracia de la encarnación: El que vino del cielo hasta ti para
buscarte, vuelve al cielo contigo después de hallarte.
Cuando de tu
Señor y Pastor dices que ‘vino hasta ti’, no hablas sólo del lugar donde te
habías extraviado, sino de la mísera condición en que te hallabas; y cuando
dices de él que ‘vuelve al cielo contigo’, confiesas que tu condición ha sido
asumida en la suya y elevada con él hasta Dios.
Por la
encarnación, la Palabra
que vino a buscarte, ocultó su condición divina en la condición humana. Por su
ascensión, el Resucitado que se sentó a la derecha de Dios en el cielo, ocultó la
condición humana en su condición divina. El amor que a él lo despojó de su
rango, a ti te revistió de su gloria.
Si
contemplas a Cristo sentado a la derecha de Dios en el cielo, te reconoces
elevada, enaltecida, glorificada con él. Si te fijas en tu pequeñez, no dejas
de ver a tu Señor que está siempre contigo.
Si la palabra
proclamada evoca hechos del pasado, el sacramento que la cumple te une a Cristo
resucitado, de modo que, comulgando, vives lo que admiras en la fe, pues tú,
aunque pobre, unida a Cristo, subes enaltecida con él a la gloria, y él, aunque
glorificado, unido a ti, se queda contigo en tu pobreza.
Que todos
aclamen contigo, que todos vengan a tu fiesta, pues para todos abrió el camino del
cielo el que a todos redimió porque a todos amó: “Pueblos todos, batid
palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo. Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor al son de trompetas”.
Admira
revelada hoy a los discípulos la gloria de Dios oculta en el anonadamiento de
Jesús de Nazaret, en la humildad de la Eucaristía, en la pequeñez de tu vida, en el
sufrimiento de los pobres.
Si la fe no
deja de ver, nunca la esperanza dejará de ir y evangelizar para que todos vean,
nunca el amor dejará de agradecer, nunca los labios dejarán de aclamar.
Feliz
ascensión con Cristo hasta Dios, hasta los pobres.
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