Dijo Jesús: “Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”. Me pregunto qué sentido pueden tener esas palabras para quienes las escuchan en la noche, en la soledad, en la angustia de una mesa sin pan. Qué sentido puede tener este evangelio para los atrapados en redes de esclavitud, para los condenados a morir en las fronteras de un sueño, para la mujer comprada, para la dignidad vendida.
“Yo soy la verdadera vid,
vosotros los sarmientos”. Las palabras acercan al misterio. Cuando Jesús
dice: “Yo soy”, y completa su decir con la sencillez de un predicado, no
exhibe lo que él es frente a nosotros, sólo revela lo que ha querido ser para
nosotros. “Yo soy la fuente de agua viva”; “yo soy el pan de vida”;
“yo soy el camino, la verdad y la vida”; “yo soy el buen pastor”; “yo soy la
puerta de las ovejas”; “yo soy la luz”; “yo soy la resurrección y la vida”.
Jesús es manantial de agua viva
para samaritanas de alma sedienta bajo el sol del mediodía. Jesús es pan para
hambrientos, luz para ciegos, camino para peregrinos, vida para los muertos, un
Dios herido para curar nuestras heridas.
No sé a qué nombre del misterio
se acogerá mi hermana humillada, mi hermano solo, para abrazarse a la esperanza
y abrirse al futuro. En sus labios las palabras tendrán un sentido que ningún
otro corazón les podrá dar: “Mi Señor”, “mi Pastor”, “mi Vida”.
Yo sólo diré, “Jesús”, palabra que encierra en su brevedad la esperanza
del mundo.
Y ahora he de volver a lo que
Jesús dijo de sí mismo en el evangelio de este domingo: “Yo soy la verdadera
vid, vosotros los sarmientos”.
Si la fuente y el pan, el pastor
y la luz, eran símbolo de cuanto el creyente recibe por la fe en Jesús, la vid
y los sarmientos simbolizan la unión inefable y misteriosa de los creyentes con
Jesús. Él en nosotros, y nosotros en él. Por el misterio de la encarnación, la Palabra plantó su tienda
entre nosotros, la vid echó raíces en nuestra tierra, el Hijo se anonadó hasta
nuestra condición de esclavos, para ser uno con nosotros. Y a nosotros nos
dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
Cuando hoy comulgues el Cuerpo
del Señor, el evangelio te desvelará también la verdad del sacramento: él Señor
en ti, y tú en el Señor, los dos recorriendo los mismos caminos, los dos escuchando
en la misma noche, sufriendo en la misma frontera, muriendo en la misma soledad.
Las palabras del evangelio sólo
tienen sentido para los pobres.
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