Cerca de un pueblo que vive su fe

Comienza el mes del Ramadán, el mes en que, según la tradición, fue revelado el sagrado libro del Corán. En los “días contados” de esta luna, el creyente musulmán conjuga en su vida cotidiana privación y abundancia, austeridad y solidaridad, renuncia y fiesta. En este mes se intensifica entre los fieles la oración, la instrucción religiosa y la limosna. Con la fidelidad que suele ser escrupulosa a las severas prescripciones del ayuno, el creyente expresa obediencia a Dios, agradecimiento por la revelación del Corán, ansia de purificación, y apertura a las necesidades de los pobres.

Un creyente cristiano reconoce fácilmente en la espiritualidad del Ramadán aspectos esenciales de la propia espiritualidad, pues, con insistencia, pedimos que venga el Reinado de Dios, que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo, y del agradecimiento por la revelación de Dios en Cristo hemos hecho el centro de nuestra plegaria, y dejamos las puertas del corazón abiertas para que entren en él el Espíritu de Dios con sus dones, y los pobres con sus necesidades.

También por eso, y no sólo por el respeto que a todos debemos, nos sentimos muy cerca de nuestros hermanos musulmanes en los días de su ayuno

Agosto de 2011

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