En Adviento, los pobres,
fijos los ojos en Dios, aprendemos a conjugar los tiempos de su venida. Con el
profeta aprendemos el futuro: “El Señor será rey de Israel… ya no temerás”.
Con el bautista se nos ha hecho posible conjugar en presente la venida del
Señor: “Viene el que puede más que yo”.
En Adviento, nuestra
oscuridad se ilumina con luz de promesas divinas, la fe aviva en la noche la esperanza,
y, por ser cierta, la esperanza enciende en la noche la alegría: “Regocíjate,
hija de Sión; grita de júbilo, pueblo del Señor, alégrate y gózate de todo
corazón… el Señor tu Dios es tu Salvador”.
En Adviento, los pobres
aprendemos a conjugar los tiempos de nuestra peregrinación al encuentro del Salvador:
“Confiaré, no temeré… dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad sus
hazañas”.
En Adviento, como hijos
muy queridos de Dios, aprendemos a vivir en la alegría, en la moderación, en la
oración, en la paz.
En Adviento, aprendemos
a vivir en esperanza el abrazo que daremos a Cristo cuando llegue para todos la Navidad.
El corazón me dice que
podemos anticipar ese abrazo en la Eucaristía y en los pobres que la gracia de Dios
pone en nuestro camino.
Feliz domingo. Feliz
Adviento. Feliz abrazo a Cristo Jesús.
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